Y empezó a caminar dando por sentado que la iba a seguir. Cosa que así fue. Y caminamos. Sin hablar, casi sin mirarnos. Como dos personas que no tienen nada para decirse y sin embargo se acompañan en ritmo y distancia al andar; así. Las cuadras se hicieron silencio e intimidad. O no, y el silencio trajo la intimidad sin reparos. Hasta que antes de que se termine la costanera, apoyó la mochila en la baranda y sacó un tubo de vino abierto, prácticamente lleno. Corcho en mano tomó del pico y me pasó la botella. Antes de soltarla, me miró a los ojos y me dijo: la botella no se apoya. Me llamo Mariana, me dicen Pola.
La Máquina Eterna
ISBN 9789874805379